LA LUZ DE ORIENTE
Atrapada
en las sábanas rojo incandescente, duerme plácidamente la pequeña Flor de Loto,
mientras un rayo de luna entrando por la ventana riela sobre su rostro como en
mi cuento de niña. Colgado en su cabecera un marco de amigables sonrisas y una
muñeca de trapo que se parece a ella. Su piel morena y sus ojos de almendras
caminan al compás de respiraciones pequeñas. Al frente, las puertas de un
armario esconden sus secretos, lunares y volantes, kimonos y estampados, y un
diminuto papel donde ha escrito una lista de deseos.
Vino
de muy lejos una mañana de marzo cuando el viento se aquietaba. Tiene un pasado
de novela y un futuro de sueños, un libro de versos encima de su cama y, en su
boca, una canción de amor que tararea despacito. Dibujando luz en lienzos de
papel apareció en nuestras vidas con mucho de exotismo y un poco de capricho
andaluz aparentemente heredado. Y desde entonces, su madre le escribe poemas
sin que ella lo sepa.
Paz
en la mirada y lucha en los labios, baila al son de acordes antiguos a los pies
del mar. Ese mismo mar que la ve crecer verano tras verano entre trajes de
princesa y recuerdos, cada vez más lejanos, de su preciada tierra. Cándida y
elegante como alguien la bautizó un día, digna de ser amada como se hace
llamar, vuelve cada viernes a una historia infinita que le cuentan de su país
natal.
Sigue
durmiendo, pequeña, y no pares de soñar, que el destino se rinda ante tus
sueños y llene de magia tu vida. Porque estás cubierta de luz, una luz que
contigo vino del lejano Oriente, una luz en la que cada mañana, cuando
despiertas, nos vemos reflejados.
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