UN LARGO VIAJE
"Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida...
Diego y Amanda fueron
entregados a sus respectivas familias adoptivas de la mano de la misma
cuidadora. Ataviados con sendos pijamas amarillos, distintivos de su centro de
orfandad, se miraron tímidamente a las puertas del recinto que cambiaría sus
vidas para siempre.
En las primeras
noches de miedo y soledad, Diego la llamaba por su nombre chino desde la
habitación del hotel y luego, ya llegada la mañana gris a su pueblo natal, a
escondidas, compartían confidencias en su lengua madre. Secretos al oído que
bajo el cielo de los parques cantoneses sobrepasaban el asombro de sus recién
estrenados progenitores.
Y fue entonces,
cuando delante de buda, su dios, en los sagrados templos del oriente más
lejano, se juraron amor eterno a la tierna de edad de 3 y 5 años. Diego y
Amanda viajaron en el mismo avión que les conducía a España y entonces, durante
algo más de un año, les tocó olvidar. Olvidar su pueblo, sus raíces, su gente,
su idioma y hasta su corazón.
Un buen día, Amanda
salió de su casa para visitar a Diego. Con la intención de volver a China,
descubrió que viajaba a otra parte de España donde él la esperaba. Su corazón
se alegró al saber que él no se había quedado allí. Y se encontraron en el
aeropuerto y se reconocieron, y se llamaron por sus nombres españoles. Ella lo
encontró guapísimo y él la supo muy cambiada.
Después, los vimos
caminando de la mano por calles angostas cerca del mar, entre el recuerdo y el
olvido, haciendo fluir confidencias que solo saben ellos, confidencias en un
idioma aprendido bajo una brisa prestada y un corazón de libertad. Secretos que
comparten a medias y que entrañan la primera vez que se vieron… y las mañanas
de cole, y las reprimendas de la cuidadora, y la lluvia continua en las cortas
tardes de Guanzhoug. Y que nadie podrá conocer nunca.
Pronto llegó la
separación y la vuelta a casa de Amanda le propició a Diego un duro debatir
entre noches de silencio y soledad. Y volvió a llamarla en el eco de la
oscuridad, esta vez con su nuevo nombre y en otra lengua pero con la misma
congoja de aquellas primeras veces. Y ahora, ella no entiende por qué no está
cuando juega en la playa, a orillas de ese mar que la está viendo crecer. Pero
sonríe, cuando ve la foto en la que él, delante de la Virgen María, la rodea
con sus brazos. Y afirma, con la solemne rotundidad de sus 4 años, que va a
casarse con él.
Algún día no muy
lejano, Diego y Amanda emprenderán su marcha, casados o no, delante de buda o
de dios, hacia ese país que les vio nacer. Y será entonces, solo entonces, cuando,
fuertemente cogidos de la mano como casi siempre y símbolo de tantos niños
crecidos entre dos culturas, puedan reconstruir de verdad su historia.
(Texto publicado en la revista El ático de los gatitos, número 6)
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