VINE DE CHINA
María Jesús Paredes Duarte
Amanda Yan Palacios Paredes
Cuentan que hubo una vez en la historia que,
debido a la gran población habitante de la región, las mamás de China decidieron
repartir sus bebés por el mundo. Y así es como vine yo, cruzando medio mundo de
la mano de mi familia adoptiva, hasta llegar a un lugar de España llamado
Andalucía y a un entorno pequeñito que se llama Cádiz.
Nací en Guangzhou –antigua Cantón- por eso dicen
que soy cantonesa, las mujeres con más fama de cabezotas y empecinadas de toda
la región de China. Guangzhou es una enorme ciudad de la provincia de Guandong,
con rascacielos altísimos que se iluminan por la noche y casi tocan las
estrellas. Una vez subimos en un barco, en un crucero turístico que atraviesa
el río Amarillo y los contemplamos todos. El espectáculo fue impresionante: los
edificios, los puentes, las luces de neón sobre la negra oscuridad. Cuando llegamos
a casa, mi madre colgó muchos cuadros con las fotos que hicimos aquella noche y
yo las miro al pasar por la escalera y no me olvido nunca de mi tierra.
También hay en Guangzhou descomunales templos con
imágenes de Buda que pueden alcanzar más de cinco metros. Cuando entras, un
silencio sepulcral te hace pensar que no hay nadie dentro, pero, en el momento
en el que acostumbras los ojos a la penumbra, ves a una ingente cantidad de
personas flexionadas en el suelo, orando. En mi país, el budismo tiene mucho de
meditación, de paz y de respeto. Tengo una foto de mi hermano encendiendo
varitas de incienso y clavándolas en una especie de sepulcro de piedra. Había
miles de ellas. Nos dijeron que representaban las almas de los hombres y que
Buda a través de estas ofrendas nos protegería. Como una especie de santuario
de velas, del que solemos encontrar en las iglesias del catolicismo.
Pero lo que más me gustaba de mi ciudad eran los
parques, plagados de flores y frutas tropicales –a mí me encanta comer fruta-,
con grandes estanques lleno de nenúfares, pagodas infinitas y columpios en los
que montarme. En uno de ellos, luce grandísimo el símbolo de mi ciudad: una escultura con cinco
cabras. Según la tradición, hace muchos muchos años, Guangzhou era una ciudad
estéril y seca, pero aparecieron cinco genios, con trajes de cinco colores,
montados en cinco cabras que, tocando una bella canción, repartieron arroz para
toda la población. Luego, las cabras se convirtieron en roca, los genios
desaparecieron pero, desde entonces, la ciudad fue próspera y rica.
Sin embargo, no todo es idílico en mi tierra,
también hay zonas de pobreza con mercados pestilentes y gente que vive en el
suelo, áreas suburbiales a los lados del delta de río de las Perlas. Es un
mundo de contrastes que callejea parejo. En la actualidad, el desarrollo de
importantes ferias de innovación tecnológica atrae al turismo hacia estos
lugares menos atractivos.
Sin duda, lo mejor, es que no vine sola en mi
viaje. Además de mi familia adoptiva, viajé con 7 niños y niñas. La mayoría de
ellos vivían en mi mismo orfanato, tal como demuestran las fotos que mi madre
celosamente guarda en un álbum rojo lleno de letras chinas y que se lo
entregaron el día que me conoció. Son mis hermanos de cuna.
Al igual que yo, estos niños han venido a vivir a
España y nos encontramos cada año en una ciudad. Entre ellos se encuentra mi
mejor amigo, aquel que dormía en la litera de arriba conmigo y que, en las
noches más oscuras de Guangzhou, me asía fuertemente la mano y me llamaba por
mi nombre chino. Mi nombre chino… Dicen que significa en español “aquella que
es cándida y elegante” y que me lo pusieron porque es el nombre de la hija de
una de las cantantes más famosas de China.
También tengo recuerdos de mi amiga Wu Si Lu –Gusiluz como a ella le
gusta llamarse cuando habla de su pasado- traviesa y despreocupada, a quien
castigaban sin ver la tele y la que se ha hecho tan andaluza o incluso más que
yo misma.
Soy muy morena como casi todas las chinas del sur
y no tengo los ojos tan rayados como algunas de mis hermanas de cuna, a las que
miro cada vez que nos encontramos por si le han salido las pestañas. Yo no sé
si tengo muchas pestañas –alguna sí que hay- pero el tema no me preocupa porque
la amiga de mamá me ha regalado un gran cofre de maquillaje que tiene pestañas
postizas por si las necesitara en alguna ocasión. Me encanta maquillarme,
disfrazarme, bailar y soñar despierta. Adoro los volantes, los lunares y los
abanicos como buena andaluza, pero estos se mezclan en mi armario con
vestiditos de corte oriental, adornados con flores de loto y de mi color
favorito, el rojo, símbolo de la cultura china. Y mis comidas preferidas, como no podía ser de
otro modo, son la tortilla de patatas y el arroz tres delicias.
En definitiva, una fusión de culturas, un rostro
oriental con acento andaluz, una española de nacionalidad, con sus ojos y su
corazón en China. Allí nací y aquí vivo. Es mi historia, como la de tantos y
tantos niños que, al igual que yo, vinieron de muy lejos para quedarse.
(Texto publicado en la revista El ático de los gatitos, número 4.
Presentación de la revista disponible en https://www.telepuertoreal.tv/v/Bkj1YVnsDNo0L75yzY/Fiesta-de-la-Primavera-en-la-Asociacion-La-Garabata/)
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