domingo, 10 de mayo de 2020

VINE DE CHINA



VINE DE CHINA

María Jesús Paredes Duarte
Amanda Yan Palacios Paredes


Cuentan que hubo una vez en la historia que, debido a la gran población habitante de la región, las mamás de China decidieron repartir sus bebés por el mundo. Y así es como vine yo, cruzando medio mundo de la mano de mi familia adoptiva, hasta llegar a un lugar de España llamado Andalucía y a un entorno pequeñito que se llama Cádiz.

Nací en Guangzhou –antigua Cantón- por eso dicen que soy cantonesa, las mujeres con más fama de cabezotas y empecinadas de toda la región de China. Guangzhou es una enorme ciudad de la provincia de Guandong, con rascacielos altísimos que se iluminan por la noche y casi tocan las estrellas. Una vez subimos en un barco, en un crucero turístico que atraviesa el río Amarillo y los contemplamos todos. El espectáculo fue impresionante: los edificios, los puentes, las luces de neón sobre la negra oscuridad. Cuando llegamos a casa, mi madre colgó muchos cuadros con las fotos que hicimos aquella noche y yo las miro al pasar por la escalera y no me olvido nunca de mi tierra.

También hay en Guangzhou descomunales templos con imágenes de Buda que pueden alcanzar más de cinco metros. Cuando entras, un silencio sepulcral te hace pensar que no hay nadie dentro, pero, en el momento en el que acostumbras los ojos a la penumbra, ves a una ingente cantidad de personas flexionadas en el suelo, orando. En mi país, el budismo tiene mucho de meditación, de paz y de respeto. Tengo una foto de mi hermano encendiendo varitas de incienso y clavándolas en una especie de sepulcro de piedra. Había miles de ellas. Nos dijeron que representaban las almas de los hombres y que Buda a través de estas ofrendas nos protegería. Como una especie de santuario de velas, del que solemos encontrar en las iglesias del catolicismo.

Pero lo que más me gustaba de mi ciudad eran los parques, plagados de flores y frutas tropicales –a mí me encanta comer fruta-, con grandes estanques lleno de nenúfares, pagodas infinitas y columpios en los que montarme. En uno de ellos, luce grandísimo el  símbolo de mi ciudad: una escultura con cinco cabras. Según la tradición, hace muchos muchos años, Guangzhou era una ciudad estéril y seca, pero aparecieron cinco genios, con trajes de cinco colores, montados en cinco cabras que, tocando una bella canción, repartieron arroz para toda la población. Luego, las cabras se convirtieron en roca, los genios desaparecieron pero, desde entonces, la ciudad fue próspera y rica.

Sin embargo, no todo es idílico en mi tierra, también hay zonas de pobreza con mercados pestilentes y gente que vive en el suelo, áreas suburbiales a los lados del delta de río de las Perlas. Es un mundo de contrastes que callejea parejo. En la actualidad, el desarrollo de importantes ferias de innovación tecnológica atrae al turismo hacia estos lugares menos atractivos.

Sin duda, lo mejor, es que no vine sola en mi viaje. Además de mi familia adoptiva, viajé con 7 niños y niñas. La mayoría de ellos vivían en mi mismo orfanato, tal como demuestran las fotos que mi madre celosamente guarda en un álbum rojo lleno de letras chinas y que se lo entregaron el día que me conoció. Son mis hermanos de cuna.

Al igual que yo, estos niños han venido a vivir a España y nos encontramos cada año en una ciudad. Entre ellos se encuentra mi mejor amigo, aquel que dormía en la litera de arriba conmigo y que, en las noches más oscuras de Guangzhou, me asía fuertemente la mano y me llamaba por mi nombre chino. Mi nombre chino… Dicen que significa en español “aquella que es cándida y elegante” y que me lo pusieron porque es el nombre de la hija de una de las cantantes más famosas de China.  También tengo recuerdos de mi amiga Wu Si Lu –Gusiluz como a ella le gusta llamarse cuando habla de su pasado- traviesa y despreocupada, a quien castigaban sin ver la tele y la que se ha hecho tan andaluza o incluso más que yo misma. 

Soy muy morena como casi todas las chinas del sur y no tengo los ojos tan rayados como algunas de mis hermanas de cuna, a las que miro cada vez que nos encontramos por si le han salido las pestañas. Yo no sé si tengo muchas pestañas –alguna sí que hay- pero el tema no me preocupa porque la amiga de mamá me ha regalado un gran cofre de maquillaje que tiene pestañas postizas por si las necesitara en alguna ocasión. Me encanta maquillarme, disfrazarme, bailar y soñar despierta. Adoro los volantes, los lunares y los abanicos como buena andaluza, pero estos se mezclan en mi armario con vestiditos de corte oriental, adornados con flores de loto y de mi color favorito, el rojo, símbolo de la cultura china.  Y mis comidas preferidas, como no podía ser de otro modo, son la tortilla de patatas y el arroz tres delicias.

En definitiva, una fusión de culturas, un rostro oriental con acento andaluz, una española de nacionalidad, con sus ojos y su corazón en China. Allí nací y aquí vivo. Es mi historia, como la de tantos y tantos niños que, al igual que yo, vinieron de muy lejos para quedarse.

(Texto publicado en la revista El ático de los gatitos, número 4. 

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